Si hay un instrumento que
nos une, no sólo a todos los europeos, sino al mundo entero, éste es
la voz: el único instrumento musical que no ha inventado el ser
humano, pero que todos poseemos; el más accesible e incluso
"barato", y por otro lado el más sutil y delicado. Todo el mundo
puede hacer música fácilmente con su voz sin tener conocimientos
técnicos y con unos resultados bastante dignos y a veces admirables.
Es el único instrumento que permite añadir palabras a los sonidos
que produce y sin lugar a dudas es el más emotivo y humano de todos
ellos, porque es una parte del propio cuerpo humano la que genera el
sonido.
La voz es capaz de expresar con
una enorme sutileza y precisión todos los sentimientos y las
emociones humanas, las intimidades del alma y transmitir las
vivencias e inquietudes de comunidades y pueblos
enteros.
No existe en toda Europa (ni en
el mundo entero) un solo pueblo, una región, que no tenga canciones.
Todo el mundo canta, porque el canto va más allá de la simple
expresión musical, trasciende la forma artística para convertirse en
una forma de expresión del ser humano, un vehículo de comunicación y
relación con el prójimo y consigo mismo.
Al ser un instrumento tan
accesible e inmediato, todos los pueblos han basado el grueso de su
folclore y de sus tradiciones en las canciones, que, por otro lado,
han adquirido formas muy variadas y genuinas por toda la geografía
del continente. Sin embargo, hay unos rasgos comunes en toda la
canción tradicional europea, unos factores recurrentes que nos
acercan, nos unen aún más e incluso nos ayudan a comprendernos
mejor. Sólo hay que recordar la letra de la Oda a la alegría de
Schiller, a la que Ludwig van Beethoven puso música en una de las
melodías más brillantes y universales de la historia. Esta canción
se ha convertido en un auténtico himno de Europa. ¿La recuerdas?
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